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Vanesa Diambra es escritora, farmacéutica, magíster en dirección de negocios y en escritura creativa. Ha publicado y recibido menciones de honor en diferentes concursos de antologías internacionales y nacionales. Ha publicado los libros Del otro lado del guardarropas (Pánico el pánico, 2016) y Lo que contienen los cuerpos (Altas llantas, 2018).
Para esta ocasión, la entrevistamos por su novela La contrafábula, editada por Azul Francia recientemente.
En tu novela está presente el tema del destino de una manera muy original, ¿creés en el destino?
Es cierto, en La contrafábula el destino tiene un peso importante y juego un poco con la idea de hasta qué punto los personajes son capaces de torcerlo a su favor. Te diría que el destino es algo que indago bastante en mis textos.
Por ejemplo, en Del otro lado del Guardarropas (Pánico el pánico) aparece cuando la protagonista va a una astróloga a buscar respuestas sobre su futuro. También, en Lo que contienen los cuerpos (Altas Llantas), Quique, el protagonista, cree que algo superior lo obliga a vivir una condena de la que no puede librarse.
Aun así, en la mayoría de los casos, los personajes logran alterar ese rumbo inexorable, aunque no necesariamente para bien, claro.
¿Que si creo en el destino? Puede ser que exista algo predeterminado, un orden superior que no somos capaces de comprender, no lo sé. Lo que no creo es que no haya nada que podamos hacer al respecto, que seamos meros espectadores. Supongo que existe determinada probabilidad de que una persona tenga más o menos chances de vivir o experimentar algo particular, aunque no podría confirmar en base a qué: ¿un Dios que lo planeó? ¿Energías en el universo que se mueven a favor de una situación u otra? No lo sé. En la astrología, por ejemplo, se habla de probabilidades en base a la ubicación de los planetas en el momento de tu nacimiento, la famosa carta natal. Yo la verdad no sé si esto es cierto, pero por las dudas todos los años me hago la revolución solar.
Por lo que investigué, en tus libros suele haber personajes LGTB, feminismo, ¿te gustaría volver a tratar estos temas en próximos libros? ¿De qué manera?
Tanto en Del otro lado del guardarropas, como en Lo que contienen los cuerpos, la orientación sexual aparece como un tema troncal, algo que saco a la luz, indago, y uso al servicio de la historia.
En La contrafábula, hay personajes gays, hétero, hetero-curiosos, lo que te imagines, pero no es el eje de la novela. La historia pasa por otro lado.
En la actualidad, estoy terminando de corregir un libro de cuentos, en el que los personajes se enamoran, se encuentran, se desencuentran, sufren, se divierten, se suicidan, y si les gusta un hombre, una mujer o alguien que no se identifica con ninguno de estos géneros da igual, es un rasgo más del personaje.
¿Cuáles son tus libros feministas de cabecera?
La verdad es que leo más libros a secas que libros feministas. Mis autores de cabecera son Clarice Lispector, Raymond Carver y de acá, Liliana Heker sin dudas. Todos sus libros.
Libros feministas que me gustaron: Un cuarto propio de Virgina Wolf. Me gustó que explicara lo que una mujer necesita para ser escritora como excusa para tratar problemáticas y reflexiones sobre el rol y la posición de la mujer en esa época. Buen libro.
Otro que me gustó es el de Chimamanda Ngozi Adichie, Todos deberíamos ser feministas. Creo que contribuyó a que ciertas temáticas no queden restringidas a un ámbito académico o político.
¿Cuáles fueron los elementos clave para la construcción del personaje de Malena, la protagonista?
Creo que uno de los elementos más importantes fue la elección del problema o de los problemas que quería abordar. Por ejemplo, para trabajar el dilema ético al que nos enfrentamos cuando debemos hacer algo que contradice nuestros ideales, o para abordar algunos interrogantes de nuestra era en relación a los vínculos, o para cuestionar la importancia que le damos a situaciones triviales y lo que nos pasa cuando la vida nos da ese cachetazo de realidad que nos reordena las prioridades a la fuerza, para todo esto, necesitaba un personaje con determinados valores y sensibilidad. Decidí que una mujer encarnaría mejor estos temas. Luego, como le huyo a cualquier línea de trabajo aleccionadora, quería que este personaje tuviera sentido de humor, o al menos viera el mundo de forma tragi-cómica, lo que me permitió escribir sobre ciertas cuestiones complejas, como la interrupción voluntaria del embarazo, evitando la solemnidad. En este mismo sentido la construcción de Muriel y de Soledad, las amigas de Malena, fueron importantes para ayudar a esta protagonista a sacarle dramatismo y tener un contra-punto a lo largo de la historia.
Es interesante porque entre lo que tenés que hacer para otros y los propios principios hay un conflicto ético, como escribir un discurso provida cuando no estás de acuerdo con la causa o pensar en abortar después de haber escrito un discurso provida. ¿Qué harías en una situación como la de la protagonista?
Uff, qué difícil. En el pasado tuve que renunciar a un trabajo por un dilema parecido. No exactamente político. Claro que en ese entonces yo tenía unos veintitantos, y pude darme el lujo de renunciar porque en cualquier caso estaba segura de que iba a encontrar con poco esfuerzo otro trabajo tan mal pago como ese.
Malena, en cambio, ya pisa los treinta, está peleando la planta permanente en el Congreso y al parecer la situación laboral no está muy bien porque su alternativa es manejar un Uber…
Me imagino que escribiría el discurso, me sentiría de lo peor, y seguiría luchando por una nueva posición de la mujer en la sociedad, al igual que Malena.
En tu libro, hay mujeres lesbianas, mujeres que juegan al fútbol, ¿sentís que en los últimos años en la literatura argentina se vienen derribando los estereotipos de mujer?
Creo que hoy por hoy las mujeres ocupamos un lugar diferente y sin dudas esto modifica la forma en que los autores vemos y expresamos el mundo. Es esperable que la literatura cambie como consecuencia de las transformaciones sociales. Son cambios lentos, pero de a poco se ven. Basta con leer a autoras como Samanta Schwheblin, Mariana Enríquez, Selva Almada, entre muchas otras para confirmarlo.
Me cuesta creer que hoy por hoy alguien escriba, por ejemplo, algo sexista de forma ingenua. Es una elección hacerlo, y no me parece mal si el personaje que retratamos es así, o la lógica con la que funciona es esa.
Por otro lado, cuando pienso en la literatura que los niños consumen en el colegio, debo confesar que me gustaría que las mujeres aparecieran más empoderadas en las historias, con más alternativas, y se ofrezca una mirada más igualitaria.
Me crucé con situaciones cómicas en tus palabras, ¿qué es el humor en la literatura para vos?
En todos los libros que publiqué (no los que escribí que son muchos más), el humor es importante. Son textos escritos en clave comedia. Es la manera que encontré de distanciarme de lo ortodoxo, de lo estructurado, y de lo políticamente correcto, que es justamente lo que no quiero ser al escribir.
También es cierto que es un registro que me resulta natural, no lo fuerzo. Es mi lugar seguro. Tengo otros materiales, como el libro de cuentos en el que estoy trabajando ahora, que no tienen este tono y me demanda muchísimo más trabajo. Me gusta, pero no me es cómodo. Lo hago porque quiero buscar nuevos registros, ver qué me pasa al escribir con una voz diferente, desafiarme.
¿Qué fue lo más valioso que aprendiste en tu maestría en Escritura y Narración Creativa?
La realidad es que me siento más tallerista que magíster. La maestría estuvo bien, pero si bien la teoría es importante, la práctica es innegociable. Tenés que leer, escribir, corregir, volver a escribir, re-escribir, re-leer. No hay atajos. Para esto me resulta más efectivo un taller literario.
Los talleres y las clínicas son un entrenamiento duro pero necesario; especialmente para ciertos momentos del proceso de escritura. Yo me considero una hacedora, en la escritura como en mi vida en general, y para hacer tenés que embarrarte. En los talleres te embarrás. No queda otra.
Mi primer taller lo hice con Maxi de la Puente, gran dramaturgo. Con él me solté, jugué, me divertí, laburé mucho también. Ahí nacieron mis dos primeros libros, y varios cuentos que se publicaron en diferentes antologías. En paralelo, también participé de algunos talleres cortos, como La música de los domingos, de Anuka Fuks, del que salió un relato futbolístico que quiero mucho “En la cancha sos otra” publicado por el diario cordobés La Tinta.
Después, por diferentes personas y recomendaciones llegué al taller de Diego Paszkowsky, maestro de escritores como Samanta Schewblin, y con él empecé a trabajar La contrafábula, luego vino la corrección, la relectura, la segunda corrección, y una tercera también. Gracias al taller también conocí a Francisca Mauas, escritora y editora de Azul Francia, con quien finalmente firmé contrato para publicar.
Así que mis aprendizajes más valiosos se los debo a los talleres más que a la maestría, y lo más valioso que me dejan son las personas que voy conociendo, los autores que descubro, la pluralidad de miradas en un trabajo en proceso y, por supuesto, el apoyo para el arduo trabajo de revisión y corrección.
Los rumores empiezan como un susurro, como una voz que se escucha entre dormido y despierto, luego cobran identidad y recorren los lugares más pequeños, es decir los más peligrosos…
La contrafábula es el plan que diseñan tres amigas para evitar que un mito insólito sobre ellas se difunda por todo el continente porteño. La visión se define, la estrategia se discute, y los objetivos se acuerdan en una reunión tan desopilaste como magistral. Muriel, Soledad y Malena deben repetir, imitar, clonar la fiesta en la que nació la fábula.
Pero sucede que, a contrapelo de cualquier predicción, la noche termina en desastre y ya nada volverá a ser como antes.